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EL PULPO DEL ELÉVE

  • Foto del escritor: Los Cuentacuentos
    Los Cuentacuentos
  • 10 oct 2019
  • 6 Min. de lectura

Teesha Zamacona, Ciudad de México

2° mención honorífica del 1° concurso de cuento fantástico "El axolote", por Los Cuentacuentos.



“¡Oh pulpo de mirada de seda! ¿Por qué no estas junto a mí para contemplar el espectáculo que idolatro?” -El Conde de Lautréamont

Sí señor, yo fui alumno del Liceo Imperial de Tarbes. Créame cuando le digo que ningún adolescente que cruzo esa enorme puerta de madera, más fría que la cumbre de los Pirineos mismos, volvió a encontrar su inocencia.

El nombre del eléve Isidore, por quien pregunta, nadie lo conoce. Todos en el internado le decíamos; El Montevideano. No parecía molestarle, al contrario, cada vez que alguien se refería a él de este modo, hacia una pequeña mueca de agradecimiento. No así, cuando por primera vez Henry, un malicioso de mi grupo, le gritó a todo pulmón: — ¡Hey, Vampiro!-. Casi nos ponen una infracción del eco de las risas que se apoderaron del pasillo. El apodo se corrió rápidamente de boca en boca, hasta que sepulto cualquier rasgo de Uruguay en Isidore. ¡Éramos pubertos amigo! Qué nos iba a importar que alguien saliera herido. Todo era motivo de burla. Y bien se había ganado ese apodo. Pasaba por los pasillos como una sombra que se escapaba de las miradas y murmullos de todos. Sus ojos eran el reflejo de una tumba, su piel era del color de un libro viejo, ¡ha! Y su cabello; un nido de cuervos. Era todavía de aquellos románticos que colocaba un pañuelo violeta perfectamente doblado en el bolsillo de su abrigo cada mañana. Su caminar era lento comparado con nuestros agitados pasos para llegar a cada clase. Parecía estar siempre desorbitado, lejos de toda realidad, no así, de todos los libros que cargaba por debajo de los brazos, que lo dejaban indefenso ante cualquier resbalón. Pero le digo, que yo era un chico inocente que juega a ser loco para integrarse, pero el Vampiro, traía más que libros cargando, tenía un delirio natural, tan natural que era imperceptible. Su único amigo se rumoraba era un pulpo que podía caber en la palma de la mano, el cual guardaba con recelo en una pequeña caja oculta en el cajón del escritorio de su habitación. Y usted señor, debe preguntarse ¿Cómo surgió este rumor tan extraño? Pues bien. Una noche, el Liceo, se quedó en completa oscuridad, después que un trueno reventara con furia provocando una fuerte descarga eléctrica. Todos escuchamos el estruendo Y nos levantamos de un sólo golpe de nuestras camas. A tientas, en la penumbra, fuimos saliendo lentamente de nuestras habitaciones para saber qué había sucedido. Comenzamos a encontrarnos entre amigos en los pasillos, cuando Henry Francastel con su característica voz de bocina dijo: — ¿Por qué hay luz debajo de esa puerta? —Todos volteamos fijando los ojos en la puerta cerrada. Nicolas Tapie se apresuró a tocar, pero nadie le abría, intrigado, empujó la puerta con fuerza. El sonido del golpe en la madera nos hizo vibrar del susto. La puerta reboto contra la pared para dar directo en la cara de Nicolas, que por el golpe comenzó a sangrarle la nariz e intentando detener la sangre balbuceaba: — ¡Tiene un pulpo que brilla! ¡Tiene un pulpo que brilla! Henry desconcertado se asomó a la habitación. Cuando se escuchó una voz fuerte y clara: —Cierra la puerta, antes de que me enoje. Estamos mirando el océano. Henry, cerró la puerta. Con el gesto de quien acaba de cruzar la línea entre la realidad y la fantasía. Por un momento pensé todo era parte de una pesadilla. La luz regresó inesperadamente. Todos volvimos a nuestras habitaciones en el internado. Confundidos, sin saber que vieron en realidad Henry y Nicolas.

Al siguiente día. El Vampiro se presentó a clases sin su pañuelo violeta; que lo caracterizaba. Esta vez no pasó desapercibido. Todos cuchicheaban a sus espaldas. Nicolas entro a clase con la nariz parchada y sus ojeras eran del negro del carbón. Henry, aún tenía el espanto petrificado en su rostro. Al terminar la clase nos reunimos en el baño. Ojala hubiéramos podido fumar un par de cigarrillos. ¡Vaya! Que los necesitábamos. Pero siempre estábamos vigilados. Henry iba de un lado a otro como un perro enjaulado. Desconcertado, comenzó hablar: —No puedo creer lo que mis ojos han visto. Ese chico siempre ha sido raro, pero mira que tener como mascota un pulpo. Eso si ya raya en la locura — Nicolas lo interrumpió —Además, no cualquier pulpo. Un pulpo lámpara miniatura y ¡Vivo! ¿Cómo sobrevive lejos del océano? — Ambos se quedaron pensativos —No lo sé Nicolas, pero tenemos que tener al pulpo y averiguarlo. Yo escuchaba la conversación atentó y veía como sus rostros se transformaban en pliegues oscuros planeando robar el pulpo. Cuando una duda se apodero de mí ¿Por qué tanto miedo a un pulpo? Mis padres tenían una pequeña tienda de pesca en el centro de la ciudad, y crecí escuchando historias fantásticas de monstruos marinos que los pescadores como verdaderos piratas contaban alardeando de sus hazañas. Así que les dije: —Bueno amigos, pero ¿Por qué tanto interés por ese pulpo? — Nicolas agacho la cabeza y Henry lanzo un suspiro: —En verdad deseas saberlo, quizás no puedas dormir bien, nunca más. —Sí, dime. — ¿Escuchaste la voz que salió del cuarto? — ¡Claro! La voz del Vampiro, fue escalofriante. — Lo dije, como si aquella noche hubiera sido una gran aventura y pensaba en contar mi experiencia, pero Henry me interrumpió: —Bueno, pues esa voz no era del Vampiro… —Ahora, ya lo sabes, y por lo tanto eso te vuelve parte del grupo, y tendrás que ayudarnos con el robo. —Me quede frío y con un peso en el pecho, que aún cargo conmigo, Señor. Pero el miedo no fue suficiente motivo para detenernos, por el contrario, aquel instinto primitivo nos unió, y como verdaderos criminales trazamos un plan perfecto para el robo del pulpo. Acordamos ponerlo en marcha a la hora de comida del siguiente día. Sabíamos que el Vampiro nunca iba al comedor, aprovechaba ese tiempo para ir a cambiar libros a la biblioteca.

Nicolas en tono bajo murmuró: —Es ahora o nunca. Anda, ve a entretenerlo. Que nosotros nos encargamos del pulpo. — Salí corriendo para alcanzar a mi objetivo en la salida de la biblioteca. Fingí tropezar, y deje caer mis 72 kilogramos sobre su espalda. Como llevaba bastantes libros entre sus brazos cayó de un solo golpe junto conmigo. Mientras el Vampiro volvía en sí, yo esparcía los libros por todo el suelo para que le costara trabajo levantarlos y ganar tiempo. Entre tanto gritaba — ¡Maldición Vampiro! Me has roto el pie, todo por ir siempre distraído con tus libros. No pronunció palabra alguna. Comenzó a levantar los libros en silencio y los acomodó nuevamente bajo sus brazos. Pero monte tan tremendo espectáculo que mis gemidos llegaron a los oídos del guardián de los pasillos, que para mi suerte estaba cerca. —Levántese eléve Aramis — dijo, sin perder de vista al Vampiro. — Que escándalo, saben que está prohibido hablar en los pasillos — El vampiro, no mostraba ninguna expresión en su rostro, sólo presionaba sus libros contra su pañuelo. — Ambos están en detención — dijo el guardia, y señaló un salón al fondo. Una hora completa, Señor. Leyendo versos en latín con el Vampiro, pero nos fue bien, generalmente, esas detenciones podían durar hasta un día completo. Terminado el castigo, corrí hasta el sótano del Liceo, donde nos habíamos quedado de ver después del robo del pulpo. Llegué agitado. Henry y Nicolas ya me estaban esperando. Henry me miro molesto: — ¿Por qué tardaste tanto? No importa ¡Lo logramos! Tenemos al pulpo. — La pequeña caja se podía sostener en la palma de mano y estaba cerrada con un candado de hierro sólido. — ¿Traes el arpón como quedamos? — Sí Nicolas, aquí lo tengo. — ¡Rompe el candado! Ordenaba Henry con desesperación. Nicolas rompió el candado y abrió la pequeña caja muy despacio. Todos nos acercamos a ver al pulpo que brillaba, pero la luz nunca apareció. Al fondo de la caja se veía una pequeña mancha violeta oscuro. Nicolas con el arpón empezó a dar pequeños golpes al pulpo para que despertara. Después de un rato que no pasaba nada. Henry le arrebato el arpón a Nicolas, lo clavo hasta el fondo sobre la mancha violeta y jaló en un tirón. Cual va siendo nuestra sorpresa. El pañuelo violeta del Vampiro quedó sostenido por el arpón en lo alto. El sótano se convirtió en una tumba ante nuestro fracaso como criminales. Cuando de entre los escombros, apareció en silencio el Vampiro. Se colocó en medio de nosotros y estiro su brazo con el puño cerrado. Comenzó abrirlo lentamente, ahí estaba nuestro motín. En un parpadeo. El pulpo se dio la vuelta y sus tentáculos comenzaron a desdoblase lentamente. Nos quedamos congelados viendo cómo se esparcía el pulpo. Cuando sin darnos tiempo de nada, y como si lo hubiera calculado en tres partes iguales arrojó a presión su tinta en nuestros ojos, gritábamos de dolor en la oscuridad, cuando escuchamos una voz escalofriante fuera de toda realidad que decía: —“¿Qué es más impenetrable el océano o el corazón humano?” Repetía la pregunta una y otra vez. Nosotros paralizados, no podíamos dejar de tallar nuestros ojos. En medio del eco de la pregunta. Escuchamos como se cerró la caja. — Hemos terminado, viejo océano. Desde ese día Señor soy ciego. El paso del eléve por quien pregunta se convirtió en mito en el Liceo de Tarbes, y su pulpo ¡oh su pulpo! ... sólo un rumor.



 
 
 

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